«No creo que la inteligencia artificial me esté robando»

«No creo que la inteligencia artificial me esté robando»

Ken Follett (Cardiff, 1949) viste de traje y flashes y recibe a los periodistas en el Ritz de Madrid: es lo más parecido a una rockstar que hay en la literatura, y no solo porque sea un loco del bajo y cite a los Beatles como fuente de autoridad. Son también los gestos, la dicción, las gafas de pasta negra, los gemelos de la camisa, el sentido del humor y el aura que le rodea en forma de asistentes y porfavores y gracias. Después medio siglo de escritura y más de ciento ochenta y ocho millones de libros vendidos, el hombre vuelve a la mesa de novedades con ‘La armadura de la luz’ (Plaza & Janés), la quinta entrega de la saga de ‘Los pilares de la Tierra’. Esta vez toca viajar a la Europa de la Revolución Industrial y las Guerras Napoleónicas: un tiempo de crisis, claro, porque sin conflicto no hay novela.

—Señor Follett, ¿vivimos en la mejor época de la historia? Usted que ha pasado tiempo en el pasado debería saberlo.

—A mí esta época me encanta. A veces la gente me pregunta si me hubiera gustado vivir en el pasado. Y la respuesta es no. Porque me gustan demasiado la ropa suave, la buena comida, la calefacción por la noche y, en resumen, tener una casa cómoda. Y en el pasado no eran así las cosas, en absoluto. Lo que me temo es que quizá podamos estar a punto de perder todo esto.

—¿Ah, sí? ¿Por qué?

—Para empezar, por el cambio climático. Todo el mundo sabe que no podemos seguir viviendo de esta manera. Si tenemos cuidado y somos cuidadosos podremos conservar nuestra forma de vida. Pero si no podríamos acabar todos metidos en una novela postapocalíptica, yendo de un lado a otro tratando de encontrar latas de sopa en algún armario de algún sótano de alguna casa o de alguna tienda.

—¿Se ve escribiendo alguna de esas novelas?

—No, no es mi estilo. Aunque me gusta leerlas de vez en cuando. Hay una escritora norteamericana increíble, terriblemente realista: Olivia Butler. Ella me encanta.

—Hace unas semanas, un grupo de escritores, entre los que estaban George R. R. Martin y John Grisham demandaron a OpenAI por utilizar sus textos sin su permiso para entrenar a sus inteligencias artificiales.

—Ah, y seguro que han utilizado los míos también.

—¿Y qué le parece?

—Es raro, es extraño. ¿Pero de verdad nos están robando algo a nosotros? Yo no siento que me hayan robado. Mi trabajo ha sido utilizado para enseñar a una máquina, muy bien. ¿Pero esto me hace algún daño? No creo que sea así. Tal vez Grisham está viendo algo que yo no puedo ver. Pero no tengo intención de denunciar nada de esto.

—¿No le preocupa cómo la irrupción de la inteligencia artificial está afectando o va a afectar a los creadores?

—No veo cómo la inteligencia artificial puede llegar a ser creativa. Porque la gente creativa, ya sea un escritor o un músico, crea expectativas en el lector o en el oyente para luego romperlas, como los Beatles en ‘I want to hold your hand’. A la inteligencia artificial se le pueden enseñar las reglas, sí, pero no cómo romperlas. Y para ser creativo hay que romper las reglas.

—En ‘La armadura de luz’ vemos cómo la revolución industrial afecta a la sociedad del momento y la divide: unos se quedan atrás, otros pueden subirse al carro.

—La revolución industrial dejó a perdedores y a ganadores: eso está claro. Los cambios tecnológicos producen ese efecto. De hecho, prácticamente casi todos los cambios producen lo mismo. Aunque quizás hoy podamos gestionar esto mejor. En el siglo XVIII no se gestionó muy bien, la verdad. Tal vez ahora, que somos más listos, los perdedores no sufran tanto. No sé. Pero esto no lo vamos a ver mañana.

—Hace unos meses, Ridley Scott, que está haciendo una película sobre Napoleón, desató una polémica en Francia por compararlo con Hitler y Stalin. ¿Cómo ve usted esa figura? ¿Cree que fue un dictador?

—Claro que fue un dictador. Pero es que ha habido cientos de dictadores en la historia: algunos se hacían llamar reyes, otros emperadores, pero todos eran dictadores. En cuanto a Napoleón, es un personaje complejo. Para empezar, fue el mejor general de su tiempo. Y quizás de todos los tiempos. Toda Europa atacó a Francia, y tardaron veintitrés años en derrotarlo. Y sí, era un dictador, pero su legado es innegable. Cuando conquistó Italia, Napoleón abolió las leyes que condenaban a los judíos a vivir en guetos. También fue un pionero en el ámbito educativo, porque permitió que las mujeres accedieran a la educación. Y además creó el Código Civil Francés, que está considerado como su mayor logro. Y por cierto: en la batalla de Waterloo el ejército francés tenía ambulancias tiradas por caballos, pero nosotros, los británicos, no teníamos nada de eso… Yo no lo definiría como un hombre bueno, pero tampoco era un hombre perverso.

—¿Cómo ha sido escribir sobre las guerras napoleónicas ahora que estamos viviendo una guerra en Europa? ¿Se ha visto influido?

—Los escritores no podemos escribir sobre una guerra actual porque no sabemos cómo va a acabar. Y no puedes poner el punto y final de una novela sin decir quién ha ganado: los conflictos tienen que resolverse, de eso trata la ficción. Quiero decir que una guerra en curso no es un buen tema para una novela. O al menos para una de las mías.

—Le dedica mucho espacio a Waterloo en el libro.

—Es que Napoleón casi nos vence. Actuó con mucha inteligencia. Los británicos y los holandeses y los prusianos estaban en Bélgica listos para invadir Francia [pausa dramática]. ¡Y entonces Napoleón invadió Bélgica! Así era él. Hacía cosas que nadie se esperaba. Era un genio.

—¿Hay algún genio así en la guerra de Ucrania?

—Supongo que no. La guerra está durando mucho, y nadie sabe cómo va a acabar. Hay gente que habla de paz, pero a día de hoy eso significaría que los rusos se anexionen la mayoría de Ucrania.

—En su mirada sobre la Historia, con mayúscula, pone énfasis en la economía, en las relaciones laborales. De hecho, esta novela empieza con un accidente laboral y la discusión de quién paga el médico: si el labriego o el propietario de la finca.

—Bueno, es que una de las cosas que ha ocurrido en los últimos mil años es que todos nos hemos hecho ricos. Un rey de la Edad Media no vivía tan bien como un preso de hoy. Yo creo que si un rey medieval viera a un preso actual diría: oh, tiene mucha comida, y duerme en una habitación caldeada, y cuando se pone enfermo tiene un médico para curarlo, ¡y tiene televisión! [ríe]. Una de las cosas que me interesa en la historia es cómo se crea la riqueza. Y una de las cosas que me fascinó de las catedrales es que una catedral hacía que la ciudad fuera más rica porque la gente iba a visitarla. Como hoy, solo que antes se llamaban peregrinos y hoy turistas. Pero el caso es que llegaban a la ciudad y dejaban dinero: lo donaban a la iglesia, lo gastaban en las tabernas, en las tiendas. Incluso pagaban a las prostitutas porque inmediatamente se les perdonaban los pecados. Así que la catedral significaba prosperidad.

—Después de tantos millones de libros vendidos, de tantos años sentado frente al teclado, ¿qué le empuja a seguir escribiendo?

—Cuando era pequeño siempre me imaginaba a mí mismo como un cowboy o un pirata o el capitán de una nave espacial. Siempre he vivido en mi imaginación. Y ahora es muy tarde para dejarlo. Así que voy a seguir escribiendo hasta que me aguanten las piernas. Escribir es lo más interesante que hago en mi vida, y es un reto constante. Siempre está esa duda. ¿Podré volver a hacerlo? ¿Puedo hacerlo todavía?