Suella Braverman, como Rishi Sunak, es hija de inmigrantes de la diáspora india que el imperio británico distribuyó como mano de obra por sus colonias africanas. Los padres de la ministra británica del Interior eran de Mauricio y Kenia. Los del primer ministro, de Kenia y Tanzania. Todos reconstruyeron sus vidas en el Reino Unido. Sus hijos, a cambio, se han convertido en los principales altavoces políticos de una lucha contra la inmigración irregular que compite en dureza con la Inglaterra de la década de los sesenta del siglo pasado, aquella que aplaudía el discurso del xenófobo Enoch Powell, que los medios bautizaron con el título de “ríos de sangre”.
“Aquel viento de cambio que llevó a mis padres de una punta a otra del mundo en el siglo XX era una mera brisa comparada con el huracán que se nos viene encima”, ha advertido Braverman a los miembros del Partido Conservador que han acudido al congreso de la formación en Mánchester, y que han abarrotado el salón central del auditorio para escuchar a la ministra. “La verdad”, les ha dicho, “es que nos cuesta un montón expulsar del país a los criminales extranjeros; nos cuesta mucho obtener información sobre la edad real de aquellos que solicitan asilo [al no poder demostrar si son o no menores]; nos supone trabajo incluso confiscar sus teléfonos móviles cuando llegan a nuestras costas. Nuestro país sufre de una maraña de leyes internacionales diseñadas para otra era. Y el Partido Laborista aumentó ese marasmo cuando aprobó la Ley de Derechos Humanos [en 1997]. Me sorprende que no la llamaran Ley de los Derechos de los Criminales”, intentaba ironizar Braverman.
La Ley de Derechos Humanos fue un intento de introducir en el derecho común británico, construido a partir de sentencias y jurisprudencia y no sobre la base de códigos, como el continental europeo, las normas de la Convención Europea de Derechos Humanos (CEDH). El ala dura del conservadurismo británico siempre ha considerado que esta decisión ató en corto a los tribunales británicos. El Gobierno de Sunak esgrime constantemente la amenaza de salirse de la convención, a pesar de que el Reino Unido fue de los primeros países en ratificarla, en 1951. Culpa a la CEDH, y a su aplicación por parte del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, de que su estrategia para deportar a Ruanda a los inmigrantes irregulares que llegan a las costas del Reino Unido haya sido paralizada. Ni un solo avión ha podido despegar todavía desde Londres hacia Kigali.
El “pensamiento lujoso” de la izquierda
Braverman ha inundado el congreso con una retórica populista muy del gusto del ala dura del partido. No difiere en absoluto del giro a la derecha extrema avalado en los últimos meses por el propio Sunak en materia de inmigración, lucha contra el cambio climático, mano dura contra la criminalidad o defensa de los valores familiares. Pero las palabras de la ministra están incendiadas de provocación y latigazos a la izquierda, y son muchos los que ven a una candidata en ciernes que se prepara a disputar el liderazgo del partido si, como vaticinan las encuestas, el año que viene concluye con una derrota electoral de los tories.
La ministra ha prometido que los condenados por delito sexual no podrán cambiar legalmente de género: ”Me da igual que piensen que va contra los derechos humanos. Ha llegado la hora de preocuparse menos de los derechos de los depredadores sexuales y más de los de las víctimas”. Y ha defendido las leyes para restringir el derecho de protesta en la calle, dirigidas a los activistas medioambientales de Extinction Rebellion o Just Stop Oil —“la policía ya puede por fin sacar de la calle a estos payasos y restablecer el tráfico”—.
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A pesar del rechinar de dientes que provoca Braverman entre la minoría conservadora que todavía defiende una posición moderada y centrada, la “guerra cultural” que enarbola la ministra contra la izquierda biempensante hace las delicias de una militancia tory muy receptiva en los últimos años al populismo, como demostró con el Brexit. De hecho, es la primera vez desde 2016 que el líder por excelencia de ese tipo de discurso ultranacionalista y xenófobo, Nigel Farage, se ha paseado entre abrazos de militantes por los actos del congreso, en su condición de expolítico y comentarista del canal ultra GB News.
“La ´brigada del pensamiento de lujo’ [se refería Braverman con este mote a los que, según ella, tienen el lujo de ser políticamente correctos] vive en su torre de marfil, y se permite decir a la gente corriente que son deficientes morales, porque se atreven a mostrar su irritación ante el impacto que supone la inmigración ilegal, las medidas contra el cambio climático o el incremento de la criminalidad”, acusaba la ministra a los votantes progresistas. “Están desesperados por dar marcha atrás y revocar el Brexit. Les da vergüenza el patriotismo, y no quieren saber nada de su pasaporte británico, excepto cuando lo necesitan para viajar a su residencia en la Toscana italiana. Para todos ellos tengo un mensaje: tienen derecho a darse el lujo de pensar así, pero no a que los ciudadanos del Reino Unido paguen con sus impuestos ese lujo”, proclamaba entre aplausos Braverman.
Rishi Sunak clausurará el congreso este miércoles con un discurso que, con seguridad, sonará más conciliador y amable que el de su ministra. Añadirá además los datos de una ligera mejora en la economía del país y prometerá llevar al Reino Unido a la senda de la recuperación con medidas políticas responsables. Pero la estrategia para intentar la remontada en unas elecciones que se presenta casi como un muro para los conservadores se dibuja cada vez con mayor claridad: Braverman la perfila a brochazos, pero es el mismo populismo de derecha extrema al que se ha abrazado su jefe.
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